Por Hernán Brienza para Tiempo Argentino
La intelectualidad argentina siempre ha tenido dificultades para elaborar un pensamiento que proyecte en términos reales los destinos de la Nación. Por alguna razón ha decidido refugiarse en la crítica más que en la planificación.
Después de tanta alharaca con Mario Vargas Llosa y su inauguración sin sal y desteñida de la Feria del Libro, el fenómeno literario de este año fue, en realidad, la presentación a sala reventada del Manual de Zonceras escrito por el jefe de Gabinete Aníbal Fernández. El jueves a la noche, varios centenares de personas se reunieron en la sala José Hernández y en los pasillos para escuchar las “Anibaladas” –esa mezcla de verdades brutales cruzadas con metáforas gauchipopulares– del bigote decimonónico.
Luego de su discurso, la Rural se vio invadida de pronto por un aluvión de muchachos y muchachas que, entonando la marcha peronista, como si estuvieran en una cancha de fútbol y no en un templo de la cultura, acompañaron al ministro al stand donde firmó libros durante casi tres horas. Se trata, sin duda, de un hecho novedoso. Es la primera vez en años de democracia que los integrantes de un gobierno –después de casi ocho años de un mismo proceso político– son visualizados por una buena parte de la sociedad como sus legítimos representantes, es más, diría como verdaderos ídolos populares, como rockstars, como dicen muchos. Un fenómeno extraño que debe ser leído atentamente por la oposición y dar respuestas un poco menos irrespetuosas porque no se trata de un armado de Fuerza Bruta sino que es una genuina manifestación de identificación entre líderes, militantes y gran parte del pueblo.
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