Pablo Marchetti, director de la Revista Barcelona escribió esta nota que publica La Vaca.
En  el final de la cola, unos ocho metros antes del féretro, en uno de los  corredores de la Casa Rosada, una piba llora. Sí, una piba: 16, 17 años,  como mucho. Divina, cándida, antelical. Una chica que bien podría uno  imaginarse llorando así con una novela del Cris Morena Group o con la  llegada de los Jonas Brothers, aunque un poco más hippona. Si Néstor  Kirchner hubiera sabido que lo iba a llorar una piba así capaz que no se  moría. 
Ok,  lo que acabo de decir es una reflexión machista, pelotuda, lo que  quieran. Olvídense. Pero a ver si queda claro: la plaza de Mayo y sus  alrededores se llenó de pendejas y pendejos divinos, pibes muy  chiquitos, adolescentes y jóvenes conmovidos por la muerte de Kirchner.  Pibes que transformaron en hit el canto “andate Cobos, la puta que te  parió”, o su versión extendida: “Andate Cobos y llevate a la Carrió”. O  sea, pibes y pibas que hicieron su lectura política del asunto. Pibes y  pibas militantes.
Todos putos
Un  pibe escribe con aerosol, en el piso, sobre la avenida de Mayo, casi  Bernardo de Yrigoyen, Néstor VIVE, y sobre cada una de las V de la  palabra VIVE escribe una K, reemplazando la P peronista del PERÓN  VUELVE. Me río: se lee KK. O sea, caca. Evalúo por un momento la  posibilidad de compartir mi hallazgo con el pibe que escribe con  aerosol. Y lo imagino contestándome: “De caca te voy a llenar la cabeza, puto”.  Pero no, descartado. El pibe no diría eso. Parece más un pibe que pudo  estar tomando un colegio anteayer. Más rockero que cumbiero. Clase media  porteña, laburante. El pibe de la fotocopiadora, ponele. Hasta es  probable que ni sea peronista. Nada de “eh, puto”. Y menos  ahora que a su lado pasa una columna (bueno, un grupito con pancarta),  unas treinta personas que llevan orgullosas el cartel que dice “Putos  peronistas”.
Sí,  los putos y las travas también. En la fila, a ocho cuadras de Plaza de  Mayo, está Marlene Wayar, la hermosa Marlene, altísima, flaca, ojos  enormes, sonrisa transparente, la voz más lúcida de la diversidad  sexual, el pensamiento más sexy del país, una travesti que no cree en el  matrimonio pero cree en la igualdad. Quién lo hubiera dicho, Marlene en  la fila para ver a Néstor. ¿O debo decir “en la cola”? Sí, Marlene en  la cola de Néstor, que esta noche es también promiscua y libertina. Que  esta noche es todos con todos, todas con todas, todos con todas, todas  con todos, todo con todo. Esta noche, la del pastiche que supimos  conseguir. Unámonos. Abracémonos. Te amo, Marlene. Qué bueno que estés  acá.
Noche de abrazos
Esta  es una noche de abrazos. Me abrazo con Marlene, me abrazo con Claudia  Acuña (bueno, con Claudia siempre nos abrazamos), me abrazo con Mariana  Collante, me abrazo con Eduardo Anguita (sí, aquí estoy, Eduardo, ¿dónde  iba a estar?), me abrazo con Dani Tavarone (Dani, qué linda sorpresa,  tanto tiempo), me abrazo con Maxi Vecco (responsable de los videos de ¡Mueva la patria!),  me abrazo con mi compadre falopero Felcho Marquestó (nos encontramos de  casualidad; él fue a la plaza con Ramón, su hijo de 8 años), me abrazo  con el gran Poroto D’Addario, exquisita pluma chabona de Página 12, que  está haciendo la cola a la altura de Bernardo de Yrigoyen entre Avenida  de Mayo y Rivadavia, me abrazo con Juampi Pichetto, a quien hace años  que no veo, y en qué andás, y me cuenta que está haciendo Clase Turista,  y me alegro, qué buen programa, y nos fumamos esa tuca que queda, qué  bueno vernos, pensamos, y claro, cómo no íbamos a estar acá.
Aquí  estamos. Con esa bola de nervios, esa bola de cagazo y esa bola de  emoción al vernos, al constatar eso, que aquí estamos. Somos bien  distintos y de repente nos damos cuenta de que también podemos ser bien  iguales. O que, bueno, esto es lo que nos une. Que no debería haber  rencores a partir de esto. Que sí, después da para discutir, para  cagarnos a puteadas, a bardearnos, a mandarnos  a  la concha de nuestras madres o a la puta que nos parió, que si ya  llegaron los putos es probable que en cualquier momento también lleguen  las putas peronistas, y tampoco tengamos miedo a volvernos un poco  trogloditas (o a seguir siendo peronistas, como prefieran), ahora que  todos estamos aprendiendo a ser más correctos. Pero siempre teniendo en  cuenta esta noche. A bardear, a discutir, pero sabiendo cual es nuestro  lugar en el mundo, dónde vamos a marchar cuando las cosas se pongan  pesadas.  Pensemos en Néstor.
Pensemos 
Eso,  pensemos en Néstor. No por obligación, sino porque eso es lo que nos  sale: pensar, reflexionar, intentar hacer política. Porque después del  abrazo, del reconocernos, de la certeza a mitad de camino entre el “qué bueno que estás acá” y el “claro, cómo no ibas a estar acá”,  llega la discusión, la reflexión. Si hay algo para lo que sirvió esta  noche es para constatar un par de cosas que, hasta hoy, no eran más que  cuestiones que se afirmaban sobre la intuición. Ahora nos damos cuenta  que era verdad, que la política había vuelto, que la militancia había  vuelto. Y esta, la noche del Chau Néstor es la noche de la política y la  noche de la militancia.
La  vuelta de la política. La vuelta de la militancia. La vuelta de los  pendejos a la militancia. Pensemos en Néstor. No, no fue Néstor quien  construyó todo esto. Si Néstor fue apenas un gobernador peronista de los  90. Un gobernador de una provincia petrolera que estuvo en la primera  línea de combate de la privatización de YPF. Un aliado de Menem y  Cavallo. Un tipo al que, antes de llegar a ser presidente, jamás le  importó lo que decían los movimientos de derechos humanos, que jamás se  preocupó por los crímenes de la dictadura y que, encima, era el  candidato de Duhalde.
Sin  embargo, Néstor no sólo no defraudó, sino que sorprendió. Uno no  esperaba casi nada y el tipo se mandó con varias cosas inéditas y  esperanzadoras. Y siguió, aunque todas podrían resumirse en una: no  tengo claro si Kirchner era mi amigo, pero estoy seguro de que irritaba a  mis enemigos. No sé si a todos (las críticas que tuve, tengo y tendré  tienen que ver con eso, con aliados impresentables), pero sí a muchos.  Demasiados para los que nos tenía preparada la historia argentina. Y  estas cosas sólo se pueden medir en perspectiva histórica. 
Juan Domingo K
Más  allá de las críticas que puedo tener, creo que Néstor Kirchner (él y  Cristina) fue el mejor presidente de la Argentina en los últimos 50  años. O, más precisamente, el mejor desde Perón, desde el primer  peronismo, el de los 50. O, para decirlo en términos más constatables,  fue el que más se enfrentó a mis enemigos y a los enemigos de toda la  gente que vino esta noche. Por eso hay tanta gente que dice “yo no lo voté, pero aquí estoy”, “yo no soy peronista, pero aquí estoy” o “yo soy de izquierda, pero aquí estoy”,  como me dijo el pibe que subía al lado mío por las escaleras mecánicas  del subte E, cuando llegué a la plaza el jueves a la tarde.
Sí,  el mejor desde Perón. Juan Domingo Perón, para más datos. Un milico con  simpatías por el Eje durante la Segunda Guerra Mundial, que participó  en los primeros golpes de Estado de la Argentina, como oficial del  Ejército. Un tipo del que no había mucho que esperar, o más bien de  quien se podía esperar lo peor. Sin embargo…
Como  Perón, Kirchner hizo mucho más que lo que se esperaba de él. Pero hay  algo más que identifica a ambos líderes, a ambos presidentes. Está claro  que el peronismo es algo mucho más trascendente, mucho más complejo y  mucho más rico que la figura de Juan Perón. Pues bien, si el  kirchnerismo es esta plaza, si son esos pibes (y también esos señores,  esas señoras, esos laburantes, esos viejitos, esos putos, esos fumones,  esos oficinistas, esos fans de 678, esos flacos que se están tomando una  birra, toda esa gente que hace seis, ocho, diez horas que está haciendo  la cola para pasar 30 segundos a cinco metros del ataúd cerrado donde  está el ex presidente), está claro que ese movimiento político y social  trasciende con creces a Néstor Kirchner.
No,  Néstor no construyó todo esto, pero Néstor fue quien lo leyó. El  emergente y, al mismo tiempo, quien abrió el juego. Olvidémonos de la  lista de virtudes (Corte Suprema, estatizaciones, juicios a los  represores de la dictadura, asignación universal, integración  continental) y defectos (pejotismo, mineras, petroleras). En otro  momento podemos discutir todo eso. Ahora es el momento de centrarse en  el principal logro de este Gobierno: la militancia.
A lo chori
 “Chipa, chipa”,  grita la paraguaya, sentada en un banquito, con su puestito improvisado  donde vende el modesto manjar guaraní. Chipa y no chipá, que quede  claro. Acaba de llegar, son las once de la noche. “A la rica chipa”.  A su lado, una mujer vende pósters con la foto de Néstor y Cris, y  papeles y fibrones. ¿Para qué? Lo aclara en el papel que tiene escrito: “Néstor, siempre con vos”,  dice el papel, escrito con fibrón. Que cada uno escriba lo que quiera,  pero que todo el mundo sepa que puede escribir cosas como esa, como una  forma de hacer catarsis o de romper el cerco mediático de Clarín.
Más allá, un tipo comienza a prender la parrilla. “El chori y el paty salen como piña”,  me dice un parrillero que está prendiendo otro fuego porque ya agotó  stock y va por el ballotage. Se venden también banderas, cintas negras,  escarapelas. Y para beber, gaseosas, cerveza, café. Me cuenta Mariano  Lucano (estoy caminando por avenida de Mayo con él y con Flavia, su  novia) que en el entierro de Alfonsín (no, no fui) no había choris ni  nada de eso. Pero que, a cambio, el McDonalds de enfrente del Congreso  estuvo abierto toda la noche. 
Acá  los negocios están cerrados. Los bares bajaron sus persianas después de  la medianoche y sólo quedan algunos, poquísimos, maxikioscos. Por eso a  la una de la mañana se siguen prendiendo parrillas. Puede parecer  liturgia peronista, pero acá los compañeros tienen hambre. Y el chori se  cobra, eh. No se regala, eh. Que acá no hay micros, no hay aparato,  loco, eh. Nadie vino por el chori y la Coca. Ni siquiera vino por  Néstor. Acá la gente, la mayoría de la gente, vino a hacer el aguante y a  no sentirse tan sola. Vino a tratar de dejar claro que esta vez no, no  nos van a volver a cagar.
Qué grande sos
Sí,  claro, los pendejos. Sí, claro, la clase media progre. Sí, claro, los  zurdos, los intelectuales, los universitarios, los profesionales. Por  supuesto, todos ellos están. Pero también está el peronismo. También  está la gente que se tuvo que tomar tres bondis para ver el cajón. Está  Zulema, que vino de San Justo. Está la gente del Docke y otros que  vinieron desde las provincias. También están (en primera línea) los  militantes peronistas de veintipico, de treintaipico, esos productos tan  típicamente Néstor que volvieron a sentir orgullo de ser peronistas.  Que cantan la Marcha y se emocionan y hacen emocionar a quienes alguna  vez nos emocionamos cantando la Marcha. 
Otros hits: “Olé, olé, olé/ Nestoooor… Nestoooor”, con acento en la “o” alargada final. Pero sobre todo uno, bien peronista, que advierte: “Che gorila, che gorila/ no te lo repito más/ si la tocan a Cristina/ qué quilombo se va armar”.  Ese y el de Cobos son los más escuchados. Los pibes proponen,  advierten. Nadie dice boludeces, ni nadie evoca fantasmas. Hay un  mensaje concreto: no jodan. Y viendo toda esa gente, sintiendo la  emoción y la onda que hay en el aire, por un momento da para el  entusiasmo, da para pensar que quien sabe, tal vez…
Oficialitis
Néstor  irritó a nuestros enemigos y más allá de las diferencias, más allá de  las medidas y aliados impresentables, más allá de la minería y el  pejotismo, el espanto que generaban esos enemigos siempre pudo más. Y  cada vez que alguno de estos enemigos mostraba los dientes y las uñas  daba ganas de volverse más K que Orlando Barone. Sí, lo confieso: muchas  veces, escuchando a Biolcatti, leyendo a Morales Solá o a Mariano  Grondona o viendo algunos títulos de Clarín me dieron ganas de pasar por  la galería Bond Street, tatuarme la cara de Néstor y Cris en la espalda  y después salir, ir al estudio de Canal 7 donde se graba 678 y decir: “Mirá, Barone, a que vos no tenés un tatuaje así, soy más oficialista que vos”.
Desde  el miércoles, cuando Néstor la quedó en Calafate, las bestias  comenzaron a mostrar los colmillos. Son los mismos simios gigantes que  quisieron dictarnos lecciones republicanas impresentables luego del  velorio de Alfonsín, sin olvidar que ellos habían odiado a Alfonsín.  Pero claro, Alfonsín se quedó ahí. Lo intentó tibiamente, arregló, no  supo. Sí, por supuesto, vivió modestamente, no como estos millonarios  santacruceños. Pero políticamente terminó devorado por sus enemigos, sin  siquiera haber atinado a pelear como es debido. Se confió, actuó como  una persona y, como tal, creyó en la humanidad de las bestias que lo  rodeaban.
No,  Néstor no era de esa estirpe. Néstor peleaba. Por eso, como bien dice  Beatriz Sarlo, prefirió no convertirse en patriarca y morir luchando.  Por eso, en su despedida, no hubo ningún Biolcatti, ningún Cobos, ningún  Morales Solá, ningún Duhalde. Sí, claro, nadie se alimenta de vidrio:  sí hubo un Scioli o un Gioja. Pero otra vez: se podrá criticar a los  amigos, pero nunca se dudará de la calaña de los enemigos. Porque lo  mejor de Néstor era cuando no dialogaba con quienes reclamaban diálogo  pero en realidad querían exigir, y cuando se peleaba con quienes  merecían que los cagaran bien a trompadas. 
No  se trata aquí de comparar entierros. Pero no sólo es necesario dejar en  claro que a Néstor lo despidió por lo menos el doble de la gente que le  dio el último adiós a don Raúl. También sería bueno recordar que  entonces hubo algunos imbéciles que destacaron lo masivo del entierro de  Alfonsín (que lo fue) y presagiaban una muerte en soledad para Néstor.  Que la chupen, que la sigan chupando. Vos, gorila republicano, la tenés  adentro. ¡Vamos todos! “Tomala vos/ dámela a mí/ el que no salta/ es de Clarín”.
9 años no es nada
Camino  con Mariano Lucano y de repente tengo un dejà vu. ¡Esto parece el 2001!  Cuando también caminé con Mariano, por estas calles, dos años antes de  Barcelona. Bueno, no, nada que ver: todo está tranquilo, no hay  represión, ni siquiera un poquitín de clima tenso o jodido, ni siquiera  una pizca de paranoia. Hay miedo, sí, pero es un miedo por el devenir  político, no por el presente, no por la caminata por estas calles. Y hay  que decirlo aunque suene pelotudo o inocente: hay esperanza. Por lo  demás, estamos como entonces. Nueve años no son nada. Somos los mismos  que entonces. Y algunos otros, más pendejos, que podrían haber estado  ahí.
Mariano  me cuenta que ayer se cruzó con Diego Parés (el dibujante que mejor  retrató el 20 de diciembre de 2001) y con el Niño Rodríguez. Me imagino  que deben estar (como Mariano, como yo) descosiéndose el cerebro  pensando en qué carajo van a decir, qué corno es lo que van a dibujar de  todo esto. A mí se me enquilomba todo. No puedo parar de pensar, como  todos los que estamos aquí. Como no podemos (sí, lo bueno de esto es lo  fácil que es pasar del “yo” al “nosotros”) dejar de sorprendernos y  emocionarnos, como todos los que estamos aquí.
Gracias totales
Aquí  abunda el análisis político al paso. Lo admito, no puedo parar de  hablar con todo el mundo. Charlo, discuto (ya lo dije, ¿no?). Por  supuesto, se habla de quién ocupará el lugar de Néstor. Quién se bancará  al PJ, quién evitará el aluvión Scioli, cómo hacer para no cagarla en  este momento político que, bien manejado, puede ser bastante favorable  para una salida digna. O sea, para evitar que el Mal Mayor se haga cargo  del asunto. Y para neutralizarlos por un buen rato. El precio a pagar  puede significar el convencimiento casi religioso de que aquello que  considerábamos el Mal Menor se transforme de repente en un Bien  Aceptable. O al menos que mude su domicilio a los suburbios del Bien, a  pocas cuadras del Riachuelo o la General Paz del ideal ideológico.
Más  allá de la especulación macro política, el verdadero desafío es ver  cómo articular todo esta voluntad colectiva, este montón de ganas, de  abrazos y de emoción al margen de toda especulación electoral. Por  supuesto, lo electoral existe y es relevante. Pero nadie piensa en  Máximo o en Alicia por aquí. Ya se verá si el hijo presidencial puede  realmente ser una opción y si eso realmente puede ser bueno. Por el  momento, parece tener menos carisma que Fabián Matus, pero estos  momentos suelen hacer milagros. Si no, mírenlo a Ricardito Alfonsín.
Lo  que realmente importa ahora es cómo salir de esta plaza. Y lo más  importante, cómo hacer para volver a encontrarnos todos aquí, con esta  misma emoción, con esta misma fuerza. Cómo tener la certeza de que, si  nos joden, aquí vamos a estar. Aguantando los trapos. No los de Néstor  ni los de Cristina. Los nuestros, los de los montones de personas que no  queremos que nos rompan las pelotas. Los de todos aquellos que  estuvimos horas y horas esperando para ver durante 30 segundos un ataúd  cerrado, porque sabíamos que allí adentro había un tipo especial. 
Un  tipo que no fue ni un héroe revolucionario, ni un gran ideólogo, ni  siquiera alguien muy parecido a nosotros. Sin embargo, ese tipo fue  quien hizo el milagro de juntarnos, de hacernos tomar conciencia de que  somos un montón y de darnos cuenta de que hay ciertas cosas que no vamos  a permitir. Bueno, no exageremos, que somos frágiles. Pero al menos  ahora sí tenemos claro que hay cosas con las que no se jode. Por eso,  aunque sólo sea por eso, gracias Néstor.

 


















